2. La Ética: La ética epicúrea es una ética hedonista, absolutamente
novedosa en el mundo griego.
«Parte
de nuestros deseos son naturales, y otra parte son vanos deseos; entre los
naturales, unos son necesarios y otros no; y entre los necesarios, unos lo son
para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo y otros para la vida
misma. Conociendo bien estas clases de deseos es posible referir toda elección
a la salud del cuerpo y a la serenidad del alma, porque en ello consiste la
vida feliz. Pues actuamos siempre para no sufrir dolor ni pesar, y una vez que
lo hemos conseguido ya no necesitamos de nada más. [...]
Por
eso decimos que el placer es el principio y fin del vivir feliz. Pues lo hemos
reconocido como bien primero y connatural, y a partir de él hacemos cualquier
elección o rechazo, y en él concluimos cuando juzgamos acerca del bien,
teniendo la sensación como norma o criterio. Y puesto que el placer es el bien
primero y connatural, no elegimos cualquier placer, sino que a veces evitamos
muchos placeres cuando de ellos se sigue una molestia mayor. Consideramos que
muchos dolores son preferibles a los placeres si, a la larga, se siguen de
ellos mayores placeres. Todo placer es por naturaleza un bien, pero no todo
placer ha de ser aceptado. Y todo dolor es un mal, pero no todo dolor ha de ser
evitado siempre. Hay que obrar con buen cálculo en estas cuestiones, atendiendo
a las consecuencias de la acción, ya que a veces podemos servirnos de algo
bueno como de un mal, o de algo como de un bien.
La
autosuficiencia la consideramos como un gran bien, no para que siempre nos
sirvamos de poco, sino para que cuando no tenemos mucho nos contentemos con ese
poco; ya que más gozosamente disfrutan de la abundancia quienes menos necesidad
tienen de ella, y porque todo lo natural es fácil de conseguir y lo superfluo
difícil de obtener. Los alimentos sencillos procuran igual placer que una
comida costosa y refinada, una vez que se elimina el dolor de la necesidad.
[...]
Por
ello, cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los
placeres de los viciosos -como creen algunos que ignoran, no están de acuerdo o
interpretan mal nuestra doctrina-, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni
estar perturbado en el alma. Porque ni banquetes ni juergas constantes [...]
dan la felicidad, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de toda elección
o rechazo y extirpa las falsas opiniones de las que procede la gran
perturbación que se apodera del alma.
El
mayor bien es la prudencia, incluso mayor que la filosofía. De ella nacen las
demás virtudes, ya que enseña que no es posible vivir placenteramente sin vivir
sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir
con placer. Las virtudes están unidas naturalmente al vivir placentero, y la
vida placentera es inseparable de ellas» (Carta a Meneceo).
Las
ideas de Epicuro fueron mal comprendidas por diversos motivos, entre ellos la
ambigüedad inherente al término «hedoné», cuya mejor traducción sería «gozo»,
en lugar de «placer», puesto que Epicuro no entendía por placer sólo el
meramente corporal. Cuando afirmaba que «la raíz de todo bien es el placer del
vientre» (Us., fr. 409), simplemente daba a entender que las necesidades
básicas deben estar mínimamente cubiertas. En otros fragmentos parece
identificar el placer con la ausencia de dolor. Y cuando afirma: «Salto de gozo
alimentándome de pan y agua» mostraba su verdadera actitud, consistente en
saber gozar de lo que es natural y moderado, sin pretender ir más allá.
Epicuro
distingue entre placeres naturales y necesarios, placeres naturales pero no
necesarios, y placeres que no son ni naturales ni necesarios. Pensaba que sólo
los primeros hacen realmente feliz a un ser humano, y que las personas
prudentes intentan escapar de los demás. Con estos matices a sus ideas Epicuro
se opone a doctrinas hedonistas como la de Aristipo de Cirene, quien proponía
buscar placeres «en movimiento», activos, y que no consideraba placer la mera
ausencia de dolor. Pero Aristipo ya sufrió las críticas de Platón y Aristóteles
-consideraban placeres supremos los intelectuales, propios del alma- y Epicuro
no quiso merecer los mismos reproches.
Epicuro
habla de un nuevo hedonismo: la felicidad está en los placeres -goces- del
cuerpo, siempre que sean naturales, moderados y sin excesos, disfrutados con
serenidad. También da mucha importancia a los placeres del alma (la amistad y
los recuerdos agradables, p.ej.), e incluso afirma que pueden ser superiores a
los del cuerpo, porque los corporales sólo se disfrutan en el presente,
mientras que los del alma abarcan el pasado, el presente y el futuro.
Epicuro
tiene una concepción del «sabio» muy distinta de la que tienen los estoicos:
"sabio" no es quien se abstiene de todo placer, sino el que sabe
gozar moderadamente de lo natural y necesario. Prefería la soledad o la
compañía de unos pocos amigos íntimos en lugar del ambiente cosmopolita que los
estoicos consideraban ideal para desenvolverse. Entendía que los procesos
naturales no estaban sometidos a un determinismo férreo, como pensaban los
mecanicistas, porque los átomos se mueven libremente en el vacío y esta
ausencia de necesidad hace posible que cada persona pueda ser dueña de su
destino. No temía a la muerte ni vivía angustiado pensando en el final de la
vida. Creía que los dioses no intervienen para nada en la vida de los hombres y
que por esa razón era absurdo pensar en la posibilidad de un castigo presente o
futuro, resultado de la cólera divina. Los placeres naturales, que eran lo
importante para él, eran fáciles de conseguir y también el dolor podía ser
vencido con la actitud adecuada. Un ideal de vida así resultaba especialmente
atractivo en una época de terrores e histerias colectivas como la de Epicuro.
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