Guerra civil y actitud frente a César
En
50 a. C., a su regreso a la capital, una grave crisis política enfrentaba a
César y a los conservadores liderados por Pompeyo. Cicerón se alineó con el
picentino intentando sin éxito no distanciarse en exceso de César.
Cuando
César comenzó la invasión de Italia (49 a. C.) Cicerón huyó de Roma como la
mayoría de los senadores, escondiéndose en una de sus mansiones campestres. Su
correspondencia con Ático expresa el desconcierto y las dudas que le
atormentaron. Consideró el estallido del conflicto un desastre,
independientemente de quien saliera vencedor.
César,
que pretendía reunir a los senadores moderados, le escribió y le visitó en su
villa, pidiéndole que volviera a la capital en calidad de mediador. Cicerón
rechazó la propuesta declarándose leal partidario de Pompeyo, con el que acabó
reuniéndose en el Epiro.
Plutarco
escribe que Catón le recomendó permanecer en Italia, donde sería más útil para
la República; el orador, consciente de que estas palabras evidenciaban su
escasa importancia, decidió no intervenir directamente en los combates, y,
después de Farsalia (48 a. C.), volvió a la capital y se reconcilió con César.
En una carta a Varrón escrita el 20 de abril de 46 a. C. explica su papel
durante la dictadura:
Si
nadie se sirve de nosotros, escribiremos y leeremos sobre la constitución del
Estado, y si no pudiéramos en la Curia y el Foro trataremos de servir a la
patria con nuestros escritos y en nuestros libros.
Cicerón
se recluyó en su residencia de Tusculum, donde se dedicó a escribir prosa y
poesía, y a traducir las obras de los sabios helenos. En 46 a. C. se divorció
de Terencia, para poco después contraer matrimonio con Publilia. La muerte por
sobreparto de su hija mayor, Tulia (en febrero de 45 a. C.), a la que estaba
muy unido, le causó una enorme pena, que plasmó en varias epístolas, y en la
parte de las Quaestiones Tusculanae que trata sobre el dolor del alma. Se
divorció de nuevo al ver que Publilia recibía con regocijo la noticia del
fallecimiento de la hijastra.
u
relación con César se tornó cada vez más distante. El dictador no era el modelo
de líder ilustrado del que Cicerón escribe en De Republica, pero tampoco el
cruel tirano que temía el orador; independientemente, ahora era el dueño
absoluto de la República y nada parecía poder hacerse.
Dedicó
un panegírico a Catón, al que llama «el último republicano», con lo que intentó
desmarcarse políticamente de la administración. César le respondió mediante la
publicación del Anticatón, una colección de acusaciones al pretor. Cicerón
alabó la calidad literaria del escrito concluyendo un «duelo entre iguales» en
palabras del orador.
En
diciembre de 45 a. C. César y su séquito cenaron en la villa que Cicerón tenía
en Pozzuoli. Para consuelo del orador, César quería una reunión distendida con
una conversación culta e interesante en la que únicamente se tocaron temas literarios.
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