El año 63 a. C.
Cuando
más próximo estaba a los optimates obtuvo el consulado imponiéndose en las
elecciones a Catilina (63 a. C.) con la ayuda de su hermano Quinto. Con ello se
convertía en el primer cónsul homo novus en treinta años, lo que irritó a
ciertos aristócratas:
...
porque hasta entonces lo más de la nobleza no le podía ni oír nombrar; y
juzgaba que sería como degradar el consulado, si un hombre de su esfera, aunque
tan insigne, llegase a conseguirle.
Como
cónsul se opuso a un proyecto del tribuno radical Rulo, en virtud del cual
debía constituirse una comisión de diez miembros con amplios poderes que sería
responsable de dividir el ager publicus. Obtuvo la neutralidad del otro cónsul
—Híbrida— muy vinculado con Catilina, al prometerle el procónsulado de la
provincia de Macedonia para el próximo año. Su discurso De lege agraria contra
Rullum supuso el rechazo de la proposición.
Catilina,
derrotado nuevamente en las elecciones consulares de octubre de 63 a. C.,
decidió encabezar un golpe de Estado del que Cicerón sería informado.18 El 8 de
noviembre denunció a Catilina en el Senado; iniciaría su discurso - la primera
Catilinaria - diciendo:
Quousque
tandem abutere, Catilina, patientia nostra? [¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás
de nuestra paciencia?]
Ese
mismo discurso contuvo una conocida sentencia del orador, célebre incluso en
nuestros días:
O
tempora, o mores! [¡Oh tiempos, oh costumbres!].
Consciente
de que era cuestión de tiempo que le detuvieran, Catilina optó por marcharse a Etruria
y encabezar desde allí a los insurrectos; en la capital quedaron numerosos
cómplices del rebelde, a los que encomendó llevar a cabo el levantamiento en la
ciudad.
El
9 de noviembre Cicerón publicó una nueva Catilinaria y declaró que no tomarían
represalias contra los sediciosos que se entregaran en el acto. Ese mismo día
los senadores aprobaron el senatus consultum de re publica defendenda, decreto
adoptado en los tiempos de crisis que autorizaba a los líderes del Estado a
reclutar tropas, combatir, contar con los recursos necesarios, y convertirse en
la máxima autoridad civil y militar.
La
crisis se acentuó cuando Sulpicio y Catón acusaron a Licinio Murena —cónsul
electo para 62 a. C.— de comprar votos. Era inviable cancelar el resultado de
las elecciones y llevar a cabo otra nuevas, por lo que Cicerón decidió actuar
como letrado de Murena —Pro Murena— durante el proceso, en el que ironizó
acerca del inflexible estoicismo de Catón en situaciones extremas:
Si
todas las faltas son iguales, todo delito es un crimen; estrangular a un padre
no es más que ser culpable de la muerte de una gallina...
Los
conspiradores aprovecharon el proceso para comenzar el reclutamiento de
hombres. Contactaron con los alóbroges con la promesa de concederles beneficios
fiscales si iniciaban una revuelta en la Galia Narbonense, pero estos
decidieron alertar a los senadores. Cicerón les ordenó que solicitaran a los
traidores una copia escrita con las reformas a las que se comprometían, a lo que
éstos accedieron. Con estas pruebas tan evidentes el cónsul denunció públicamente
a los cinco conspiradores, entre los que se encontraba el ex-cónsul y pretor
Léntulo Sura.
En
uno de los debates los senadores —inspirados por la cuarta catilinaria— ordenaron
la muerte de los rebeldes, privándoles del derecho a un proceso. César propuso
la cadena perpetua, pero la opinión de Cicerón, al que apoyó Catón, prevaleció.
Catilina moriría poco después en Pistoia.
En
adelante Cicerón quiso ser reconocido como el salvador del Estado —Catón le
llamó pater patriae («padre de la patria»)— e intentó que los romanos no
olvidaran nunca el modo en que actuó durante su consulado.
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